De la redacción
*El arqueólogo Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional, coordinó una ponencia más del ciclo La Arqueología hoy.
*Está vez correspondió a la antropóloga Sara Ladrón de Guevara dictar la ponencia “El arte en El Tajín. Imágenes e imaginarios de hace un milenio”. *Más que los arqueólogos, los artistas han creado el imaginario sobre el pasado precolombino, señaló la especialista.
Coneme / El Tajín, en Papantla, Veracruz, forma parte de “una civilización única en el mundo, que sin dejar de ser única es muy mesoamericana”, consideró el arqueólogo Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional, durante la conferencia “El arte en El Tajín. Imágenes e imaginarios de hace un milenio”, que ofreció la antropóloga Sara Ladrón de Guevara, como parte del ciclo La arqueología hoy.
En el Aula Mayor, y a través de las redes sociales de la institución, López Luján ofreció, previo a la ponencia de Ladrón de Guevara; un repaso histórico por las primeras investigaciones que se han realizado en torno a la ciudad prehispánica, icónica por su Pirámide de los Nichos, y recordó que como parte del ciclo que coordina se han realizado ya 39 conferencias “sobre la actualidad arqueológica en México y el mundo”.
El 12 de julio de 1785, recordó, la Gazeta de México difundió la noticia del descubrimiento de las ruinas de El Tajín, atribuido a Diego Ruiz, “un cabo que tenía por misión impedir la siembra clandestina y el contrabando de tabaco, planta cuyas ventas monopolizaba la corona española. De manera inesperada, Ruiz se topó con la Pirámide de los Nichos, la cual, nos dice, había sido ingerida por crecidos árboles, tan arraigados, que algunas de sus raíces han sacado de su sitio algunas piedras”.
Con la publicación de la noticia, también se realizó la impresión de una estampa que se distribuyó de forma gratuita entre los lectores de la publicación, “es un bello grabado en cobre de la Pirámide de los Nichos que fue firmado por un tal García”, y que después sería la base de otras representaciones de El Tajín.
La segunda expedición al Tajín, explicó, “se debe a Guillermo Dupaix, el capitán de dragones flamenco que desde su llegada a la Nueva España, en 1791, se hizo muy célebre por su afición anticuaria, hasta hace muy poco sólo sabíamos de esa visita a través de las referencias directas de Alexander von Humboldt, pero gracias a una beca que me otorgó la Universidad de Harvard, pude en algún momento realizar investigaciones en la American Philosophical Society, en la ciudad de Filadelfia, y ahí encontré un poquito, de manera providencial, de los papeles de Dupaix sobre sobre El Tajín”.
Los cuales, señaló, “fueron donados en 1830 por Joel Poinsett, que fue ministro plenipotenciario de Estados Unidos en México, en esos papeles Dupaix nos narra que las ruinas estaban enclavadas en una selva exuberante, poblado de monos y nauyacas, y pletórica de árboles; menciona la pimienta, el chicozapote, la naranja agria, el mamey, el limón, el copal y hasta las orquídeas de vainilla”.
“Refiere que con ayuda de 80 indígenas totonacos taló todos los árboles que cubrían la pirámide para poder observar y medir. Así descubrió que la construcción tenía siete cuerpos superpuestos e innumerables nichos que supuso ideales para alojar en su interior imágenes divinas, cabezas de sacrificados o quizás luminarias, hogueras”, agregó.
Después de referir los planes frustrados de Diego García Panesa de explorar El Tajín y de las interpretaciones de la ciudad que realizó, en 1803, el jesuita Pedro José Márquez, López Luján habló de la exploración que llevó a cabo en 1831 el arquitecto alemán Carl Nebel, que implicó un enorme costo y una enfermedad que lo inmovilizó varios meses.
“De inmediato mandó cortar los árboles que crecían en torno a la pirámide para elaborar lo que, sin duda alguna, es la litografía más espectacular de su álbum, publicado en París en 1836. Pintó una reconstitución geométrica de la fachada oriental (de la Pirámide de los Nichos) sin desplomes ni faltantes, con el fin de que el interesado pudiera obtener medidas exactas de cualquier elemento arquitectónico a partir de la litografía”, señaló.
Imaginario artístico
Aún más que las investigaciones de los propios arqueólogos, consideró en el inicio de su ponencia la antropóloga Sara Ladrón de Guevara, el imaginario sobre el pasado precolombino mexicano se ha construido a través de las imágenes que artistas, como los muralistas, han realizado de las ciudades prehispánicas.
“Las imágenes de los artistas construyeron nuestros imaginarios acerca del pasado precolombino; tengo la impresión que hubo un mayor efecto de los artistas y creadores que de los mismos arqueólogos, es más común que los mexicanos veamos imágenes y se queden en nuestra memoria, esos imaginarios de los tiempos prehispánicos a que leamos un libro escrito por un arqueólogo y que eso nos dé nuestros imaginarios del tiempo prehispánico. Los arqueólogos solemos escribir para arqueólogos y los artistas difunden los conocimientos”, dijo.
Ladrón de Guevara analizó después el mural de El Tajín que pintó Diego Rivera en Palacio Nacional, alrededor de 1950. En él pintó unos personajes en primer plano y la Pirámide de los Nichos en segundo, pintó la cancha del juego de pelota, a la que “integra en la pirámide un aro para el pase de la pelota, que en realidad no hubo en las canchas”. El juego del volador y las pirámides con techumbre completas, “es un Tajín habitado, un Tajín vivo y presenta un encuentro entre los pobladores del Tajín con los mexicas, un encuentro imposible dada la distinta temporalidad de dichas culturas”.
La importancia de Tajín se refleja en el hecho de que hasta Diego Rivera se documentaba para elaborar sus obras: la investigadora aventuró que el muralista debió visitar la zona dado que está documentado que se trasladó a Papantla en 1945, “seguramente habló con García Payón, el arqueólogo encargado del sitio y tuvo estos datos para llevar a cabo su mural”.
Además de utilizar como modelos dos tableros del juego de pelota sur, que fueron localizados en 1935, Rivera también plasmó en su obra una mujer que pinta como una carita sonriente, aun cuando “las famosas caritas sonrientes son de la Costa del Golfo, curiosamente este es un error que los mexicanos solemos tener, muy a menudo ubicamos a las caritas sonrientes en El Tajín, pero en el Tajín no hay caritas sonrientes, yo tengo la percepción de que el mural incidió en esta percepción que tenemos de que las caritas sonrientes son del Tajín”, dijo.
La especialista, quien se ha desempeñado como directora del Museo de Antropología de la Universidad Veracruzana (UV) agregó que su “maravillosa arquitectura” es lo que le ha dado fama a El Tajín, cuyos constructores tomaron como modelo el tablero, talud de Teotihuacan, pero agregaron la cornisa: “Eso da un ritmo a la arquitectura porque va ahora talud, tablero, cornisa y entonces tienen un equilibrio en las líneas de las figuras de las pirámides agrega en los tableros el elementos de los nichos y eso da una ligereza a la arquitectura”.
En las imaginería de El Tajín, mostrada a través de esculturas y bajorrelieves, señaló, se ve la intención de enaltecer a los gobernantes, “la élite, que se muestran a sí mismos como héroes, que se muestran cercanos a los dioses, son las imágenes de los poderosos, no hay una libertad artística donde pinta lo que quiere el artista, está muy claro que es un discurso controlado por el poder y es la imagen de los poderosos que se quieren mostrar como interlocutores de dioses que legitiman sus linajes”.
“Esos mismos dioses, son señores fertilizadores, son señores guerreros vencedores, son señores jugadores de pelota y son señores sacrificadores, cumplen con el culto, cumplen con lo que hay que hacer para tener felices a los dioses, y así se muestran a sí mismos”, dijo.
Pero otro discurso “reiterado y fundamental” en la imaginería de El Tajín, “es el juego de pelota, en el sitio de El Tajín se han encontrado 17 canchas para el juego de pelota, lo cual nos habla de que era un ritual importantísimo y en las imágenes que encontramos en los tableros del juego de pelota, se reitera siempre el sacrificio por capacitación”.
“Era un juego, un ritual, no un deporte en sí, un ritual que acaso haya servido también para la toma de decisiones en un momento dado, pero que había una liga entre el sacrificio por decapitación y era tan importante que cuando los visitantes al sitio acudieron a las canchas del juego de pelota, si no les tocaba ver un juego, les tocaba ver los tableros y lo que iban a ver en los tableros era el sacrificio”, afirmó.
La conferencia “El arte en El Tajín. Imágenes e imaginarios de hace un milenio”, coordinado por el colegiado Leonardo López Luján, se encuentra disponible en el Canal de YouTube de la institución: el colegionacionalmx.
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