Gabriela Martínez Hernández

*Narración de una Profesora, Víctima de Abuso Sexual del Torvo Sujeto

Primera de dos Partes

Coneme / TEMASCALCINGO, Edomex.- El reloj de la iglesia de mi pueblo, Temascalcingo, marcaba las 10:00 de la noche del 8 de marzo de 2024, cuando en el acceso principal de la parroquia encontré que había imágenes de Nicolás Mondragón, “pintor” y “profesor de Artes del sistema educativo del Estado de México”, con una cartulina donde era denunciado como “pedófilo” por una niña que decía: “yo solo quería pintar… y sigues dando clases”.

Como mujer, profesora y madre de tres hijas, no dudé en participar en la manifestación por el “Día Internacional de la Mujer”. Ahí descubrí la foto del pederasta-profesor. Después la vi pegada en el reloj municipal. Al observarla, me regresé para verla más de cerca y le tomé algunas fotografías. Me sentí desconcertada. Por mi mente pasaron cosas que volví a recordar, a padecer.

Mis hijas preguntaban ¿quién es mamá? No les di mayor explicación, solamente tomé fotografías que guardé en mi celular. Días después, me quedó una duda: quién fue la niña que tuvo el valor de manifestarlo. Sólo pensaba en esa niña. Pasados unos días, las fotografías se viralizaron por Facebook. La gente comentaba en el pueblo de varios sujetos que evidenciaron el día de esta marcha.

Yo tenía la incertidumbre de quién era la víctima de éste patán. Sólo pensaba en quién sería esa niña, quien quizá ya era una adulta; o me preguntaba: ¿aún es una menor de edad? Días después seguían los comentarios sobre la atrocidad de ése sujeto, pero la gente se sorprendió al reconocerlo como un pintor con distinción en el pueblo, quien seguía dando clases de pintura de forma particular en el taller de su propio domicilio.

Algo difícil de creer porque el torvo sujeto montaba exposiciones en centros culturales mexiquenses, como si nada pasara. Me inquietaba imaginar que, en esa supuesta labor magisterial, podría seguir haciéndole daño a otras niñas.

Lo peor es que éste pederasta, por muchos años ha dado una cara como “promotor de arte en escuelas de nivel primaria”, y acude a comunidades alrededor del municipio de Temascalcingo. ¿Quién lo podría creer? Por mi mente pasaron muchas cosas que me dejaron intrigada de saber quién era esa niña y me puse a investigar.

Una semana después, el 15 de marzo, asistí a una reunión de promotores de arte (somos 25 compañeros, yo también soy maestra de arte), y confirmé que éste malnacido ha sido mi compañero durante 18 años. En esa junta, el “pintor” pidió la palabra para referir que el 8 de marzo se habían manifestado un grupo de feministas que lo habían calificado de pedófilo (debió decirse pederasta).

Ahí, el desviado “profesor dijo: “Cómo es posible que a mí me llamen así, cuando yo he ayudado a pintores de aquí del pueblo, y nunca me lo han agradecido. Es indignante que me hayan llamado así, ya que no lo soy, compañeros. Al contrario, he ayudado a personas, y jamás me lo han agradecido”. El sujeto sabe hablar y convencer. Es su manera de actuar y da la cara de buena gente.

En ese momento me empecé a llenar de rabia. Estaba muy nerviosa, pero decidida a lo que iba a decir frente a mis compañeros. Para mí era muy difícil lo que iba a expresar, ya que jamás lo había denunciado durante 15 años.

Sólo atiné a decirle con voz temblorosa: Ya terminaste. Ya te quitaste tu cortina de humo –y empecé a llorar– diciéndole: Sí, sí. Conmigo lo hiciste en dos ocasiones.

Él quiso aducir: yo no lo recuerdo. –Y le contesté: pues yo lo recuerdo tal como si hubiera sido ayer. Agregó el patán: “Pues le pido una disculpa maestra”.

Sin esperar más le contesté: Pues las cosas no son así. Ve y pídele perdón a esa niña que has lastimado para toda su vida. Mis hijas podrían haber sido tus alumnas, qué asco me das como persona. ¡Tú no deberías estar aquí!

Él solo contestaba nervioso, mirando hacia todos lados (pero nunca me miraba hacia los ojos, lo tenía enfrente de mí; y nunca me dio la cara. Me pidió otra disculpa, y le respondí que no. Que para mí eso no quedaba olvidado con una disculpa. Sus últimas palabras fueron para decir frente a todos los compañeros que desde ese momento él empezaba su trámite de jubilación, y de inmediato abandonó el lugar de la reunión.

Mi coordinadora de área me miró, y solo me preguntó: es cierto eso Gaby. –Le contesté sí, sino no lo estuviera diciendo frente a él, y con todos mis compañeros. Acto seguido, salí de la oficina y me puse muy mal, no paraba de llorar. Para mí fue muy difícil enfrentarlo, y volví a recordar las dos ocasiones que él me hizo tocamientos.

Las murmuraciones entre los compañeros comenzaron. Mi coordinadora, como autoridad inmediata, prosiguió la reunión, como si nada hubiera pasado; mientras yo me encontraba en el pasillo de la oficina desconcertada, sin querer saber nada. Me puse muy mal.

Momentos después la profesora me tocó el hombro, y me dijo: “Gaby, lo siento mucho. No lo puedo creer. Cuando él me dijo que quería tomar la palabra, pensé que se trataba solo de decirles a los compañeros que eso era una mentira; pero jamás me imaginé que tú hablarías eso, estoy muy desconcertada. No lo puedo creer”. Lo repitió en varias ocasiones.

“Debiste haber hablado, ya que ya pasó mucho tiempo. Por qué no hiciste nada en ese momento”. Y empezó una plática de aproximadamente 2 horas comentándole cómo habían pasado los repudiables hechos. Fue hace unos 15 años la primera vez cuando yo venía de un evento de música. Había cantado con un grupo de maestras en el Teatro del Pueblo y yo vestía un traje blanco.

Ese día nos mandaron llamar a la oficina para firmar un documento, éste sujeto ya había firmado. Recuerdo que estaba sentado frente a la fila de los que no habíamos firmado. Yo esperaba mi turno para firmar el documento cuando, de repente me dio una nalgada, volteo y le inquiero: ¿qué te pasa? Él contestó de manera burlona, perdón, pero no me pude resistir.

En ese momento, cuando yo esperaba me tocara firmar, escuché a lo lejos que una compañera exclamó: “ay Nico, para eso son, pero se piden” –y soltó una carcajada–. Luego de firmar, salí de la oficina muy desconcertada. Me sentía muy mal, muy extraña. ¡Es algo inexplicable!

Continuará…