Por Roxana Hebe Hernández
*Un mural de ese movimiento, en Arquitectura
Coneme / Las paredes del Taller Max Cetto, ubicado en la Facultad de Arquitectura (FA), resguardan un regalo del barrio de Tepito –uno de los más tradicionales de la Ciudad de México– a la UNAM. La pieza sin título es conocida coloquialmente como el mural Tepito Arte Acá, gracias a que fue un obsequio del colectivo Tepito Arte Acá al Taller 5, como era conocido entonces.
Una pequeña inscripción entre sus trazos da cuenta de esto:
“Daniel Manrique 80 TEPITO ARTE-ACÁ En correspondencia y respuesta al tiro chido que se aventó el Taller 5 ENA-UNAM AUTOGOBIERNO en: Proyecto de mejoramiento para el Barrio de Tepito. Cabrón y frágil a la vez”.
Su Historia
Para entender cómo llegó la pieza a Ciudad Universitaria, es necesario remontarse a 1972, fecha significativa para la FA –en esos años Escuela Nacional de Arquitectura– ya que un grupo de estudiantes y docentes inició un movimiento que culminó con la creación de un nuevo modelo educativo: el autogobierno.
“En 1972 inicia un movimiento estudiantil apoyado por un grupo de docentes que plantean una serie de demandas –las cuales tenían que ver con cuestiones administrativas y de conducción de la Facultad–, a partir de ellas surge una propuesta académica importante que tomó tiempo materializarla. Fue necesaria la creación de una comisión especial del Consejo Universitario que analizó la situación, los motivos del movimiento que había surgido y esta comisión reconoció que se trataba de un proyecto digno de experimentar, en función de una visión distinta de un modelo educativo”, recordó Alejandro Suárez, profesor de la Facultad de Arquitectura y del posgrado de Arquitectura.
“A partir de esto, se llegó a aprobar en Consejo Universitario la existencia de esta área que representaba en ese momento la mitad de estudiantes y una tercera parte de docentes. El proyecto académico que planteaba era entre otras cosas el vincular la enseñanza de la arquitectura directamente con las demandas principales de la sociedad y esto da como resultado que los talleres –que constituían en ese tiempo los talleres de proyectos– se convirtieran en Unidades Académicas completas, que tenían alumnos desde el ingreso hasta la titulación en cada uno de ellos”.
El Taller 5, apuntó Suárez, “nació un año después del inicio del autogobierno en 1973. Como los demás talleres, establecía una actividad académica que se relacionaba mucho con atender necesidades de la sociedad y así es como a aquél llegaban numerosas solicitudes de apoyo técnico para que se llevaran a cabo proyectos o se hicieran investigaciones que permitieran documentar la magnitud de la demanda, la manera en que podrían darse solución a éstas y eso apoyaba la posibilidad de realización de proyectos que, por supuesto, en un principio tenían un carácter académico, pero que en muchos casos terminaron con propuestas que se materializaron constructivamente”.
Lo anterior significó que uno de los objetivos del taller era llevar la “arquitectura al pueblo”, el trabajo era estrecho con “comunidades, grupos vecinales e, incluso, municipios y solicitudes que llegaban de distinta índole: jardines de niños, escuelas, plazas, etcétera. La arquitectura participativa es también la planeación, esto lleva a plantear qué hay que recoger, sistematizar, cuantificar, definir la magnitud de la solicitud que se hace de transformación de un espacio urbano y conduce a que tengamos solicitudes que se quedan en eso, pero también proyectos que sirvieron para gestionar apoyos de gobiernos municipales y de autoridades de distinto rango. Para los estudiantes era una experiencia invaluable”, detalló el docente.
Tepito
Alejandro Suárez aludió a la colaboración entre el Taller 5 y el barrio de Tepito como el resultado del trabajo que se hizo a finales de los años 70 con la comunidad del barrio de Los Ángeles en la Colonia Guerrero:
“Ahí se estaba desarrollando una propuesta de recuperación de vivienda en las antiguas vecindades o de vivienda nueva. A partir de un estudio que se hizo en una organización de apoyo técnico externa a la Universidad, el Centro Operacional de Vivienda y Poblamiento, surgió este proyecto que se realizaba con Infonavit. Era una labor muy amplia en todo este barrio, se acudió al Taller 5 para este trabajo de planeación participativa, se trataba de crear un plan de acuerdo con la Ley General de Asentamientos Humanos de la Ciudad de México de ese tiempo, estoy hablando de 1976.
“A partir de esa experiencia, un grupo de pobladores –mediante un consejo del barrio de Tepito, que incluía pobladores, comerciantes y demás– acudió al Taller 5 para presentar una contrapropuesta a un programa que estaba planteando el entonces Gobierno del Distrito Federal, era muy ambicioso e implicaba demoler muchísimas vecindades: crear un enorme centro comercial, una zona administrativa del Gobierno de la Ciudad y, supuestamente, darle respuesta a los habitantes, aunque no se decía dónde.
“Esto lleva a que soliciten lo que se llamó en ese momento un contraplan. Era más que combatir una propuesta oficial en los mismos términos técnicos y de desarrollo que se requería para mostrar otra forma de enfrentar esa problemática, sin tener que destruir el barrio ni desplazar a la población. Ahí surgió el hacer esta propuesta y movilizó un buen número de grupos de alumnos para que se pudiera hacer un diagnóstico participativo con la población de qué era lo que requería el barrio para lograr una transformación”, dijo Suárez.
El proyecto se desarrolló a lo largo de los siguientes años; a la par de esto surgió la oportunidad de presentarlo en un concurso de la Unión Internacional de Arquitectos, que se reunía periódicamente en distintas ciudades del mundo. La convocatoria buscaba propuestas “sobre un espacio específico de una ciudad, que estuviera en condiciones de deterioro. La que se estaba haciendo de un plan de mejoramiento para el barrio de Tepito encajaba perfectamente en este concurso”, señaló el profesor.
“Fue un resumen de todo lo que se había planteado en el programa de mejoramiento para fundamentar el contraplan, siguiendo las bases del concurso se hicieron las láminas con los dibujos que expresaran el planteamiento, la propuesta y, además, el diagnóstico y la participación de la población. Esto llevó a un mural de seis metros cuadrados, que es el que desarmado se llevó a Varsovia y ahí fue seleccionado para tener el reconocimiento tanto de la Unión Internacional de Arquitectos como de la distribución de premios, en este caso se le otorgó el premio de la Universidad de Buenos Aires”.
El Mural
Aunque el plan de mejoramiento del barrio no logró concretarse, la alianza entre el Taller 5 y los colonos se había fortalecido durante el desarrollo de éste. El colectivo Tepito Arte Acá, parte del grupo de trabajo conjunto, estaba conformado en esos años por Alfonso Hernández, el promotor, el gestor que se presentaba y discutía con las autoridades de gobierno y demás; Carlos Plasencia, fotógrafo y artista audiovisual, y Daniel Manrique, el pintor.
Fue Manrique quien se encargó del diseño y producción del mural, el cual se caracteriza por la presencia de varias mujeres y hombres enmarcados por trazos geométricos, acompañados por una paleta de colores rojizos y ocres. “Se inauguró en noviembre de 1980. Daniel Manrique era un pintor de creación rápida, tenía una enorme habilidad para percibir el espacio y en el lugar que le dijeran ahí se expresaba. El grupo de Tepito había venido muchas veces al Taller 5 a ver el trabajo, los vecinos y, por supuesto, los integrantes de Tepito Arte Acá; eso es lo que le permitió conocer el lugar con anticipación y decidir dónde iba a ser el mural. Trabajaba de manera poco común, hacía sus croquis en su libreta y decidía cómo iba a ser la composición. Hacía sus trazos rectores, los dibujaba con gis o una crayola y hechos estos trazos sobre lo que ya había preparado en su libreta, lo hacía directamente”.
“El mural fue financiado por el consejo del barrio de Tepito y lo hizo bastante rápido, no recuerdo cuánto tiempo le tomó, pero él mismo con alguna ayuda montaba su escalera y desarrollaba la pintura casi sin hacer correcciones. Fueron unas cuantas semanas, no recuerdo si dos o tres, pero fue bastante rápido. Hizo una alegoría del trabajo del barrio, de la voluntad de hacerlo resurgir, no sólo reconstruir sino resurgir. Expresaba a través de sus personajes el papel que tuvieron los arquitectos, planteaba esta lucha del barrio y el trabajo y el reconocimiento que tenía hacia los técnicos, en este caso los arquitectos”, apuntó Suárez.
El docente de la FA lamentó que debido a los años muchos alumnos desconocen la historia detrás de la pieza –que se realizó con pintura acrílica y de aceite “común y corriente comprada en una ferretería”–:
“Me da mucho gusto que la UNAM haga reconocimiento de su obra muralística y de ésta en particular. Fue una expresión de un arte urbano con mucho arraigo dentro de distintas comunidades de la ciudad”.