Por Sujeili Padilla
-Estampas, escudos de armas y grabados en libros antiguos han expandido su devoción, que hoy es universal, señala María Idalia García Aguilar
-En cualquier parte del mundo nos identifican gracias a ella, afirma Miguel Ángel Cerón Ruiz
Coneme / La “morenita” del Tepeyac, elemento colectivo a partir de la época novohispana, cuando la población empieza a sentirse orgullosa de ser mestiza, ha estado en la vida del país por casi medio milenio y nada indica que esta tradición desaparezca, expresaron los académicos del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información (IIBI), María Idalia García Aguilar, y de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán (FES), Miguel Ángel Cerón Ruiz, en ocasión del 12 de diciembre en que se celebra a la Virgen de Guadalupe.
Para García Aguilar su imagen está presente en estampas, grabados y representaciones de libros antiguos desde el siglo XVI; no obstante, es más frecuente en obras del pasado a partir de mediados del siglo XVIII, cuando según muestran diferentes libros y documentos adquiere su actual supremacía como la patrona de México.
La especialista agrega que al ser México el primer territorio de la América española con prensa tipográfica, desde 1539 hubo en estas tierras impresos novohispanos, donde ya aparecían diversas representaciones religiosas.
Desde esa época, el mundo colonial tuvo una riqueza de devociones hacia diferentes santos y vírgenes, que se veneraban según la región del país y de acuerdo con los diferentes grupos religiosos que evangelizaban con ciertas representaciones.
“En la fundación de los conventos se nota la importancia de todas las órdenes religiosas. El número de conventos que se fundan entre el siglo XVI y el XVII, que es un territorio religioso de grandes comunidades de hombres y mujeres entre los franciscanos, dominicos, agustinos y los jesuitas, crean una visión geográfica de devociones en todo el territorio de la Nueva España”, señala.
Aunque del 9 al 12 de diciembre de 1531 es la fecha documentada de la aparición de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, fue hasta mediados del siglo XVIII que se afianzó su figura en todo el país.
Además, “Los expertos dicen que este momento culminante donde la Virgen de Guadalupe se convierte en elemento colectivo será hasta el siglo XVIII, cuando el país ya pasó un proceso de consolidación en el siglo XVII y en el XVIII su proceso es de maduración”, comenta García Aguilar, coordinadora del Seminario Del Scriptorium al Obrador, del IIBI.
En esa época la sociedad novohispana empieza a aceptarse como es, a sentirse orgullosa de ser mestiza, a convivir con muchas culturas, y desarrolla rasgos propios y distintivos.
“La religión es fundamental para entender el periodo colonial, y además la forma en que cohabita con la vida cotidiana de las personas. No sabemos con certeza la dimensión, a pesar de lo mucho que conocemos, ni el impacto que tuvo. Nos falta un mapa de conventos, donde se citen todos los femeninos y masculinos, en todas las regiones del país. Tenemos una deuda enorme en historia institucional”, considera.
La investigadora destaca que hay que pensar la Colonia como un lugar de muchas devociones, esa es su riqueza. Es un arcoíris de manifestaciones artísticas de devociones, creencias y formas de entender la realidad.
“Todos los santos y todas las vírgenes formaron parte del proceso de evangelización, porque depende mucho de la comunidad religiosa que estaba evangelizando”, apunta.
García Aguilar estima que el mejor ejemplo de su representación es el libro de Cayetano Cabrera y Quintero “El escudo de armas de México”, antecedido por un grabado de la Guadalupana.
Prevalece el Culto
Para el académico Cerón Ruiz, en 10 años se cumplirán 500 de la tradición que asegura que en diciembre la Virgen de Guadalupe se le apareció a Juan Diego en la colina del Tepeyac. La “morenita” ha estado en la vida del país por casi medio milenio y nada indica que el culto pueda desaparecer, afirma.
Hay una cantidad importante que más que católicos se asumen “guadalupanos”, razón por la cual sigue siendo una imagen con millones de devotos y el segundo recinto católico más visitado del mundo, sólo después de la Basílica de San Pedro, en Roma.
La Virgen de Guadalupe es parte de nuestra identidad; creyentes o no en ella o en el milagro de sus apariciones en el año de 1531, en cualquier parte del mundo “nos identifican gracias a ella”, y a pesar de que no hay evidencia documental de que estos hechos ocurrieran, ha permanecido con los mexicanos a partir del siglo XVI, abunda el historiador y titular de las clases de Nueva España y Paleografía.
De acuerdo con datos del Censo 2020, en México hay 90 millones 224 mil 559 católicos. De 2010 a 2020 se registra menor porcentaje de fieles (pasó de 82.7 a 77.7 por ciento) de esta iglesia, así como mayor porcentaje de las protestantes y evangélicas (7.5 a 11.2 por ciento); y, sobre todo, crecimiento del número de personas sin religión (4.7 a 8.1 por ciento).
Hasta antes de la pandemia aumentaba el número de visitantes a la Basílica durante las festividades de la Virgen; del 1 al 12 de diciembre de 2019 visitaron el recinto mariano 10 millones 868 mil 737 personas, según cifras del Gobierno de la Ciudad de México. En 2020, debido a la emergencia sanitaria, por primera vez en la historia cerró sus puertas. En 2021, aunque se permitirá el acceso controlado de feligreses los días 11 y 12 de diciembre, no habrá misas ni las tradicionales “mañanitas”.
Además, el culto se ha extendido por todo el mundo. En el siglo XVII los jesuitas se dieron a la tarea de difundir la devoción y mandaron a hacer imágenes que llevaron por América Latina, Europa y Filipinas. De hecho, recalca, la patrona del pueblo de Arsoli, en Italia, es la Virgen morena del Tepeyac.
Así ha sido desde los primeros años. “De ser una ermita de adobe pasó a ser una parroquia, luego una colegiata y, finalmente, obtuvo la máxima categoría de los templos católicos al convertirse en basílica en 1904”, recuerda el estudioso.
Larga Historia
Los indígenas tenían en el Tepeyac un adoratorio dedicado a la madre de los dioses, Tonantzin, y de tierras lejanas llegaban para hacer ceremonias y sacrificios en ese lugar. Después de la Conquista, se atribuye a Fray Pedro de Gante –uno de los primeros misioneros que llegaron a nuestro territorio– haber establecido más de 500 ermitas en los alrededores de la ciudad, entre ellas probablemente una sobre las ruinas del adoratorio indígena, dedicada a la Virgen María.
En la calzada “de piedra”, hoy denominada De los Misterios, iniciaba el camino a Veracruz. “Todos los viajeros, antes de salir, se detenían en el Tepeyac para encomendarse a Dios, y los que llegaban, antes de entrar a la ciudad se detenían para dar gracias por llegar sanos a su destino. Eso va a dejar una gran cantidad de limosnas”, expone el universitario.
En lo que actualmente es la Capilla del Pocito, en la Villa de Guadalupe, en el siglo XVI había una fuente de aguas sulfurosas, a donde la gente con alguna enfermedad de la piel acudía a bañarse. “Los creyentes comenzaron a atribuir a la Virgen el milagro de haberse curado”. Hasta esa centuria, la devoción era de españoles y criollos, aún sin la presencia de los indígenas.
Por orden del segundo arzobispo de la Nueva España, Alonso de Montúfar, en 1554 el Tepeyac, que había estado a cargo de los franciscanos, pasó a depender directamente al Arzobispado de México. Él fomentó el culto a la Virgen María, que entonces era una imagen de la Natividad, con el Niño Jesús en brazos.
Los indígenas tenían talladas en la ladera del cerro del Tepeyac imágenes de los dioses que nadie vio porque de ese lado había una laguna. Hasta el siglo XVIII Lorenzo Boturini las descubrió; una de ellas correspondía a Tonantzin. En efecto, “había un doble interés en el sitio: los católicos veneran a la Virgen María de Guadalupe, y los indígenas a Tonantzin”.
En la portada del “Sermón de la natividad de la virgen María Señora nuestra, predicado en la ermita de Guadalupe, extramuros de la Ciudad de México, en la fiesta de la misma iglesia”, escrito por Fray Juan de Cepeda Eremita, y fechado en 1622, la imagen es todavía la de la Virgen con el niño.
Fue hasta después de la gran inundación de 1629 cuando la Virgen fue llevada del Tepeyac al altar mayor de la catedral para pedir el fin de esa contingencia, cuando apareció María, ya sin el niño, en la portada de las “Coplas a la partida que la soberana Virgen de Guadalupe hizo de esta Ciudad de México para su ermita”.
En 1648, Miguel Sánchez, canónigo de la catedral, escribió el libro “Imagen de la virgen María madre de Dios de Guadalupe, milagrosamente aparecida en la ciudad de México”. Él fue el primero que narró la historia de las apariciones tal y como la conocemos hasta nuestros días, y al año siguiente se publicó en náhuatl: Nican Mopohua (“Aquí se narra”), relato contenido en un libro más amplio: el Huei tlamahuiçoltica o “El Gran Suceso”, para difundirla entre los indígenas con la ayuda de predicadores.
Para 1695, prosiguió Cerón Ruiz, como resultado de la efervescencia del culto, se construyeron los “misterios” en la calzada del mismo nombre y un templo más grande que se inauguró en 1709, y que en 1749 recibió el título de colegiata; es decir, que sin ser catedral posee su propio cabildo y un abad.
Debido a la insuficiencia para recibir a millones de peregrinos, el templo fue sustituido por el actual (inaugurado en 1976), que ocupa un área de 10 mil metros cuadrados; es el más grande recinto de la devoción católica en México.