Por Alberto Woolrich Ortíz*
Tenía que ser una toga con dimensiones internacionales la que sostuviera: “Pobre de México, está muy lejos de Dios y muy cerca de los Estados Unidos”. En efecto, nuestra cercanía con el vecino coloso del norte, nos hace no sólo desconfiar, sino estar muy ciertos de que cuando Estados Unidos de Norteamérica se inclina por algo, es que se encuentra absolutamente seguro de que resultará beneficiado, en materia de soberanía, de riqueza o de su absoluto dominio de fuerza ejercido sobre nuestros muy limitados medios de defensa.
La historia desde siempre nos ha ilustrado sobre acuerdos o tratados, los más de ellos nefastos e indignos, no sólo para México, sino incluso para su independencia económica y política de nuestra atribulada Nación. Buscar la solución de los problemas del País en el exterior, fue ayer craso error y hoy en día es la entrega total a intereses ajenos a nuestra Patria. México padece de lacras de los cuales no se ha podido, no se ha querido o no se ha sabido sacudir: pobreza extrema de millones de mexicanos, corrupción, total falta de ejercicio democrático, estado de derecho fallido, etc., etc…
Las más de las veces los tratados, los acuerdos, los pactos, las alianzas con el vecino País del Norte, implica, sin lugar a duda, la trascendente acción de intentar apoderarse de los recursos y de todo lo que le queda a México, sin necesidad de utilizar a sus marines en una invasión territorial, como la sufrida en el ayer por Panamá, sólo basta para ello, redactar a modo esos convenios con cláusulas encubiertas.
Cabría en ese orden de ideas recordar el “Tratado de Mclane-Ocampo”, propiciado por Don Benito Juárez, mismo que fue aprobado por el Congreso Norteamericano y no ratificado por el Senado Estadounidense, con motivo de la guerra de secesión.
En aquél aberrante tratado, indigno para México, se concedían importantes prestaciones: Estados Unidos gozaría de libre tránsito en nuestro Itzmo de Tehuantepec, junto con el disponer de fuerzas militares para proteger la seguridad de las personas y mercancías, cuando pareciere necesario, a cambio de lo cuál se obligaban a pagar a México cuatro millones de dólares, la mitad de los cuales debía de ser retenida para solventar las reclamaciones norteamericanas, que en su caso se diera por incumplimiento de México.
Al no haber sido ratificado el tratado de mérito por las razones ya expuestas, evitó que nuestra República efectuara una serie de pagos por aquellos reclamos derivados de la Convención para el Fallo de Reclamaciones del 4 de julio de 1848.
Vale recordar aquí y ahora que el objetivo primario del tratado en cuestión fue el darle reconocimiento al Gobierno de Benito Juárez por parte del Gobierno de los Estados Unidos de América; a cambio de la entrega de dignidad por parte de la República.
Remontándonos al pasado hay que pensar también que, en la guerra de 1846, resultaron y resaltaron determinantes los reclamos internacionales incoados por Estados Unidos en contra de México, que trajo como consecuencia la venia que permitió la anexión de Texas y California, mediante aquél otro “Tratado de Guadalupe Hidalgo” del 2 de febrero de 1848, que puso fin a la guerra. Una vez más y para no variar, el coloso del norte obtuvo una gran ventaja asumiendo la obligación en compensación por la venta de California y Nuevo México, exonerando a nuestro gobierno de todas las reclamaciones pendientes desde 1839.
Al acercarnos a nuestro tiempo bien valdría la pena recordar al General Álvaro Obregón, cuya incontenible obsesión se centraba en obtener, al costo que fuera, el reconocimiento de su gobierno por parte del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica.
Pasemos a otro tratado, igual de espurio que los antedichos: El “Tratado de la Huerta-Lamont”, mediante el cuál se reconocía un adeudo de casi mil quinientos millones de dólares con el Comité Internacional de Banqueros. No conforme con ello nuestro vecino del norte exigió de más, como siempre.
Cabe recordar, también que en el año de 1923 se celebró el “Tratado de Bucareli”, mediante el cual Estados Unidos concedió el reconocimiento al gobierno del General Obregón y éste a su vez obtuvo el reconocimiento por ser uno más de los que por falta de virilidad entregó la dignidad de la Nación.
Con los ejemplos señalados en líneas antepuestas nos encontramos con el famoso “Tratado del Neoliberalismo”. Tratado que tuvo igual que los anteriores nefastas consecuencias económicas, políticas y sociales para México.
Nuestra Patria requiere hoy más que nunca que se respete lo que queda de dignidad, debiendo de efectuarse enjundiosa defensa a favor de su Soberanía Nacional.
La palabra la tiene la Cuarta Transformación de la República en la próxima revisión al Tratado comercial celebrado con Estados Unidos de Norteamérica y Canadá.
*Presidente de la Academia de Derecho Penal del Colegio de Abogados de México, A.C.