Por Héctor Hernández / Colaboración Especial
Coneme / BERLÍN, Alemania.- Tlatelolco es un complejo habitacional cercano al centro de la Ciudad de México. Ahí pasé gran parte de mi niñez. Cuando eres niño no sabes lo que estás pisando ni tienes idea de cómo llegaste ahí. Caminas, brincas, juegas y te raspas los codos sobre viejos centros ceremoniales. Te agarras a puñetazos por primera vez y aprendes a andar en bicicleta en la esquina, donde mataron a muchos estudiantes.
Trepas escaleras como si fueran las más enormes pirámides. Juegas maquinitas y metes un autogol al lado del ‘Memorial a las Víctimas del Terremoto’. Te enamoras por primera vez en el último punto de resistencia azteca. “En el lugar del montón de arena”.
¿Qué significa Tlatelolco? Sí, el lugar del montón de arena, pero, ¿qué carajos más? Un pedazo de tierra alrededor de las coordenadas 19°27′06″N 99°08′10″ O, arbitrariamente llamado así por unos caciques mexicas dirá el más cínico. El símbolo de la derrota de nuestro pueblo a manos del conquistador dirá algún deconstruido. Uno de los centros de comercio más grandes de la antigüedad dirá algún historiador. Tlatelolco representa el México Prehispánico, el México Colonial y el México Moderno dicen otros más. Hasta los más jóvenes habrán escuchado hablar de la Matanza de los Estudiantes y el significado ya es más amargo. Tlatelolco es un lugar mítico.
La Plaza de las Tres Culturas, en sus leyendas escritas entre muros y paredes, encierra contradicciones que reflejan la disonancia cognitiva del país. Ni triunfadores ni derrotados. Ni buenos, ni malos, sino todo lo contrario. En esta tierra de mitos y lloronas, en este pedazo de tierra que llamamos México, donde todo pasa y no pasa nada, en este país rico lleno de pobres, del chile que no pica, de las quesadillas sin queso, de muertos que no mueren y de vivos que nunca viven. En este valle de lágrimas, donde sus habitantes somos especialistas en darle sentido al sinsentido. Aquí. Aquí es donde nací.