Por Alberto Woolrich
Coneme / Hace ya mucho tiempo que Plinio lo dijo y lo dijo muy bien: “ACERBA SEMPER ET INMATURA MORS EORUM QUI INMORTALE ALIQUIA PURANT, lo que traducido a nuestra lengua significa: “Siempre es amarga y prematura la muerte de quien busca algo inmortal”. Siendo abogado postulante y al nacimiento de la narcopolítica en los años de Carlos Salinas de Gortari, tuve el singular privilegio de conocer y tratar a uno de los Jueces de Distrito más brillante, viriles y estudiosos del derecho que he conocido: a Don Jorge Octavio Velázquez Juárez, que era ni más ni menos —en aquél entonces—, el enorme Juez de Distrito de Salina Cruz, Oaxaca.
De ahí nació una sólida amistad que duró hasta el día seis de agosto, hasta que la muerte se llevó su cuerpo de integridad moral, jurídica y nacional; el destino se pudo llevar sus días, pero no el recuerdo y la devoción a su singular talento, como tampoco la excepcional cultura y la amistad que prodigaba siempre a la justicia, éste ser singular que en esa fecha suspendió el alegato en busca de justicia para su México, con toda seguridad dará continuidad a ello en la dimensión en la cuál ahora se encuentra. Jorge Octavio, como yo le llamaba, era un jurista de excepcional integridad, de cultura tan basta, que abarcaba todas las ramas del derecho, por ello era todo un Señor Juez de Distrito, sabía de nuestra historia, manejaba a la perfección la ciencia del derecho, refería temas de filosofía y religión.
Todos sus enormes y profundos conocimientos jurídicos los matizaba y plasmaba en sus resoluciones, todas ellas inolvidables por el enorme sendero de entrega y de enseñanza que vertía en ellas. Fue el mejor juez de distrito de su época, por no expresar que fue el hijo predilecto de la Diosa Themis —posiblemente por su influencia lo hizo inmune a aquél gobernador del Estado de Puebla de apellido Bartlett— que siempre deseó verlo fuera de su coto de poder, por tantos y tantos y tantos amparos que concedió en contra del poder de la arbitrariedad, favoreciendo siempre al desvalido; se ganó con su actuación jurídica toda la confianza del Foro Independiente del Estado Libre y Soberano de Puebla que reconocía su hombría y talento para enfrentarse a ese poder de la ignominia que pretendía despojar al desvalido.
Su máximo acierto como Juez de Distrito es su prolífica vida de servidor público, de honesto funcionario fue el haberle dado “vista” con las constancias procesales de las cuáles conocía, tanto al Señor Gobernador del Estado Libre y Soberano de Oaxaca, por sí y/o a través de su Procuraduría General de Justicia de dicha Entidad Federativa, como al Señor Presidente de la República Carlos Salinas de Gortari por sí y/o a través del Procurador General de la Federación, a fin de que se investigara el fenómeno de la narcopolítica que daba inicios en aquél entonces y cuyo objetivo lo era el prostituir la justicia, su adorada justicia.
Ojalá el destino le permita ver y lograr su objetivo de tener una justicia exenta de narcopolítica. De ésta batalla jurídica en contra del poder de la narcojusticia, surgió entre Jorge Octavio y yo, una sólida amistad que perdurará hasta el más allá. Se ha ido para siempre un juez de integridad excepcionalmente querido. Sólo me queda invocar a nombre de su Academia de Derecho Penal del Colegio de Abogados de México, A.C., su luminoso recuerdo, en el requién de una oración, para decirle que no será olvidado jamás y que quizá pronto podamos con la espada de la justicia en alto decir BENDEDICTUS IUSTITIA QUID VENIT SEMPER IN NOMINE DE VERITATIS.