Por Roxana Hebe Hernández

*Académicos analizaron la confrontación en sus orígenes y dimensiones

Coneme / El conflicto entre Rusia y Ucrania no es un combate por una ideología, sino por intereses comerciales y geopolíticos, y ha representado un negocio redondo para los Estados Unidos, señalaron académicos universitarios.

En la mesa de análisis Conflicto Rusia-Ucrania: balance y resonancias a un año del inicio de tensiones, organizado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM, la profesora de esta entidad académica Talya Işcan expresó: en esta guerra lucran las potencias que poseen una carrera armamentista fuerte, pero principalmente lo hace la Unión Americana.

No se trata de un escenario sencillo donde Rusia es el “monstruo” que quiere expandirse. “Esos cuentos estuvieron de moda hace muchos siglos; hoy son escenarios más complejos que involucran diversificados aspectos e intereses, a escala local, regional y global”.

Ante el conflicto “se debe tener una visión más neutral antes que decir que es la guerra de Vladimir Putin y que los estadounidenses son los ‘buenos’; hay que adoptar una visión multidimensional” y preguntarse en dónde está el discurso de pacificación de la Unión Europea, por ejemplo; con tantos temas en la agenda, esta guerra va a durar muchos años más”, consideró Talya Işcan.

La experta mencionó que hablamos de una guerra que ha durado un año, “pero si se cuentan los antecedentes, yo marcaría la fecha inicial en 1991, con la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), antecedente principal de conflictos de estados separatistas en la región que rodea a la actual Rusia”.

En tanto, ha sido un gran reto para Ucrania desarrollarse como Estado soberano; en el camino ha tenido cambios drásticos respecto a su política exterior, y en establecer a quién se acerca, quiénes serán sus aliados o sus enemigos; por ello hablamos de un escenario multidimensional lleno de dilemas, destacó.

En la mesa organizada por el Proyecto Resonancias de la Militarización en la Seguridad Humana del Siglo XXI, Guadalupe Michelle Balderas Escutia, del Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, y profesora del Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia de la FCPyS, recalcó:

Se ha producido un continuo envío de armas a Ucrania por parte de países occidentales, en particular EUA, para quien es un gran negocio, lo cual se suma a la ayuda económica recibida por los ucranianos para continuar con la guerra. “La ayuda a ese país y las sanciones hacia Rusia intentan ejercer presión y provocar que el conflicto se siga alargando, y no sabemos cuándo va a terminar”.

La guerra no inició hace un año; se anunció, al menos, hace ocho años y se puede rastrear mucho más atrás, en los tiempos de formación de las nuevas repúblicas después de la desintegración de la URSS, y de conformación de las élites políticas y económicas en cada país, coincidió.

No se puede entender el conflicto sin tres elementos principales: el despliegue estratégico militar; la salvaguarda de la seguridad e infraestructura energética en Eurasia, y la parte social y cultural. El primero se refiere a la alta tecnología militar y el desarrollo de armas; el segundo a que Rusia se posiciona como el país número ocho en reservas probadas de petróleo y primer productor de este a escala mundial, además de tener el primer lugar en reservas probadas de gas natural; y la tercera a la configuración socioespacial del dominio ruso mediante el uso de la memoria histórica, la lengua, medios de comunicación, cultura y religión, externó.

A su vez, Federico José Saracho López, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, sostuvo que este conflicto no se puede trazar fácilmente; a un año de la invasión hay grandes capitales y burguesías que obtienen ganancias. “La guerra entre Rusia y Ucrania ha sido utilizada abiertamente para el enriquecimiento de la burguesía tecnocapitalista, militarista, del norte global y de Estados Unidos en particular”.

Las fuentes oficiales rusas hablan de seis mil soldados caídos en el frente de batalla; las de EUA calculan 100 mil. Del lado ucraniano, el gobierno de Kiev reconoce 13 mil abatidos, mientras que los estadounidenses dicen que son cerca de 100 mil. En tanto, la Organización de las Naciones Unidas refirió en diciembre pasado siete mil muertes de civiles, pero reconoce que las cifras son falsas porque no hay manera de realizar un levantamiento y meter observadores en el frente. Además, la categoría de civil y soldado en Ucrania se desdibuja debido a que muchos varones fueron obligados a entrar en la defensa de su territorio para garantizar la salida de sus familias a los países del entorno.

Según cifras de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, hay siete millones 915 mil personas en esa condición, de ellas cuatro millones 900 cuentan con protección temporal; hay otros 5.9 millones de desplazados internos. “El daño real es incalculable; millones de vidas han sido trastornadas por el conflicto” y hasta el ambiente se ha visto afectado.

La guerra es en todo sentido un desastre, salvo para un puñado de personas que han decidido hacer arder un pedazo del mundo y sus semejantes, para generar una ganancia. Es un latrocinio y mientras los análisis del conflicto no contengan esa dimensión, “seremos cómplices por omisión”, apuntó Saracho.

Para Ana Teresa Gutiérrez del Cid, profesora del plantel Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana, el planteamiento de que este conflicto es por intereses comerciales y geopolíticos se confirmó después de un año.

La pandemia dejó a EUA en condiciones económicas difíciles; tiene también una deuda interna y externa enorme, y para salir de esa situación nada mejor que alimentar al complejo militar estadounidense con la venta de armas.

Más de la mitad de la ayuda militar recibida por Ucrania, equivalente a aproximadamente 25 mil millones de dólares, proviene de la Unión Americana, aunque algunas fuentes estiman que es de 40 mil millones. “La guerra va escalando y la pregunta es hasta dónde va a llegar”.

Estados Unidos sacó del mercado del gas europeo a Rusia, que le vendía sobre todo a Alemania, país que, al no tener gas barato, ya no está creciendo igual. Además, numerosas fábricas alemanas se han ido a territorio estadounidense ante la falta de energía. Es una victoria completa para el vecino país del norte.