Por León Ossio
Coneme / Más allá de su técnica, materiales, temática o trazos, la esencia de un mural radica en ser algo público, es decir, ocupar un sitio transitado para, a partir de ahí y aprovechando su gran tamaño, conectar con quien pase enfrente a fin de entablar diálogo.
Por ello, cuando una de estas obras es vandalizada, dañada, mutilada, almacenada, llevada a algún domicilio para hacerla perdediza (eso sucede con los “transportables”) o sometida a cualquier acto que le impida ser vista, esa pieza es despojada de su sentido, aseguró Rebeca Barquera, de la Facultad de Filosofía y Letras.
“Desde su concepción misma, la pintura mural está pensada para desafiar al tiempo, ser apreciada por distintas generaciones y resistir frente a los años, pero en el último siglo ha habido reporte de varias obras destruidas, ocultadas o incluso borradas, y ello sólo puede ser consecuencia de un evento grave. Esto es algo en lo cual reparar, ya con cada una de estas piezas que se pierde, perdemos también un trozo de nuestra historia”.
La profesora Barquera mención el caso de las agresiones infligidas contra lo pintado en 1921 por Gerardo Murillo -mejor conocido como Doctor Atl- en el Colegio de San Pedro y San Pablo, donde las paredes fueron golpeadas con mazo y piqueta, y las superficies raspadas con virulencia, con el objetivo de arrancar las imágenes de gran formato y no dejar vestigio alguno.
“Esos murales eran alegorías acuáticas que mostraban figuras masculinas y femeninas sin ropa. El sitio donde se pintaron de origen fungía como ‘preparatoria chica’ y así se le llamaba, pero en 1927 el lugar se transformó en escuela secundaria y las autoridades consideraron que las imágenes de Murillo no eran apropiadas para estudiantes recién salidos de primaria y, en un desplante de fuerza y censura, las mandaron quitar”, expuso.
Lo usual cuando se desea acabar con un mural es arrojarle pintura encima; en esta ocasión se actuó de forma extrema debido a que lo plasmado disgustó a alguien con poder (el artista acusaría a Narciso Bassols), apunta la académica.
De aquellas paredes perdidas el Doctor Atl escribiría en sus Apuntes para un diario: “Mi obra estaba inspirada en una filosofía pagana, no tenía relación con la propaganda revolucionaria patrocinada por el gobierno. Eran paisajes llenos de luz, noches estrelladas, mujeres y hombres desnudos con lo que Dios les dio”.
¿Qué pasa cuando perdemos un mural? Para la historiadora del arte implica quedarnos sin cierta experiencia estética y sin la posibilidad de plantarnos físicamente ante las reflexiones que la obra sugería. “De lo pintado por Gerardo Murillo en el Colegio de San Pedro y San Pablo podemos hacernos una idea por las pocas fotografías que sobrevivieron en periódicos y libros, aunque para ser honestos casi nadie habla hoy de esas piezas, y ese olvido casi inducido se debe justo a que fueron borradas”.
No se puede cambiar el pasado, pero sí imaginar escenarios donde todo aconteció de forma diferente, algo que el Doctor Atl hacía en ocasiones, como se aprecia en un texto de 1951 que el artista entregó a Clementina Díaz y de Ovando, el cual dice: “Si la decoración no hubiese sido destruida quizá nuestro arte pictórico hubiera tomado nuevos rumbos, y le hubiera sido posible presentar una renovación de interés universal”.
Es imposible saber si la historia del arte nacional diferiría de haberse preservado las obras del Doctor Atl en el Colegio de San Pedro y San Pablo, pues, de acuerdo con Barquera, nos quedamos con preguntas sin responder cada que un mural se pierde.
Proteger nuestra herencia
En 2001 comenzó la demolición del Casino de la Selva en Cuernavaca. Poco importó que el inmueble fuese un hito de la arquitectura mexicana, que estuviera enclavado en una reserva ecológica donde anidaban aves en peligro de extinción, que hubiese vestigios arqueológicos en el subsuelo, que fuera el hotel donde Malcolm Lowry escribió Bajo el volcán o que sus paredes albergaran murales de Gabriel Flores, Benito Messeguer, Jorge González o Mario Orozco, entre otros. El Grupo Costco había comprado el predio a precio de remate y sólo le interesaba el terreno.
De inmediato se levantaron las críticas, más los intereses económicos pesaron y los bulldozers echaron por tierra este sitio histórico para construirle encima, y a toda prisa, un supermercado y una inmensa plancha de concreto donde los automóviles pueden estacionar. Algunos murales fueron reubicados -como los de Josep Renau, en El Papalote Museo del Niño, de Morelos-, pero hubo otros imposibles de rescatar.
A decir de Barquera, esta es otra forma de quedarnos sin murales y además se da ante los ojos de todos, sin que las leyes puedan hacer gran cosa, pues, aunque este caso fue ampliamente documentado en los diarios más importantes, generó una repulsa generalizada y movilizó a gran parte de la sociedad civil cuernavaquense, casi nada se pudo hacer.
“La conservación del patrimonio del siglo XX plantea un gran problema y es que, para ser protegido, debe formar parte de la producción de los llamados ‘artistas patrimoniales’ (Diego Rivera, Frida Kahlo, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, María Izquierdo, Remedios Varo, José María Velasco, el Doctor Atl y Saturnino Herrán) o, en su defecto, contar con una declaratoria. Hay espacios que carecen de dicha categoría y por eso el Estado deja que nuestros murales sufran modificaciones o intervenciones, y dice muy poco ante su pérdida o destrucción”, aseveró.
Sin embargo, agregó la académica, hay casos donde proyectos que atentan contra estas creaciones han sido frenados, uno de ellos fue la prohibición de levantar dos torres de 23 y 27 pisos cerca de la Universidad Nacional debido al “daño visual” -como le llamaron los expertos- que un complejo de más de 600 departamentos ocasionaría al campus, en general, y a nuestra percepción de los murales de Juan O’Gorman expuestos en la Biblioteca Central, en particular.
“Eso fue posible debido a que Ciudad Universitaria es considerada por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad. Sólo así fue posible detener a la inmobiliaria Be Grand, decidida en ese entonces a seguir adelante, pero ¿qué hubiera pasado si CU careciera de dicha nominación? Esto nos obliga a repensar nuestra idea de patrimonio artístico, que además de que no cuida todo lo que debería, carece de rapidez a la hora de hacerlo”.
En busca del mural perdido
Perdemos murales cuando estos son borrados, como los del Doctor Atl en el Colegio de San Pedro y San Pablo, o si son destruidos, como los del Casino de la Silva, aunque también cuando dejan de ser públicos, y esto puede pasar por diversas razones, dijo Barquera.
“¿Qué pasa cuando un mural es alejado de la gente?, algo así acontece con el Polyforum, al cual le pusieron una barda enorme que nos impide verlo -al menos como se concibió originalmente- porque hay una trifulca entre privados y el gobierno de la ciudad. ¿O qué sucede con aquellos murales embodegados, empaquetados en plástico y que nadie puede observar?”, se preguntó.
Es el caso de La historia de la industria y el comercio en México, de Alfredo Zalce, que tras el sismo de 1985 permaneció almacenado durante 30 años; lo mismo sucede con América tropical II, pintado por David Alfaro Siqueiros, el cual tiene aún más décadas. “Se sabe que está en una bodega del INBAL en el Estado de México, guardado y sin haber salido jamás a una exposición, y ¿para qué nos sirve así?”.
Para la académica carece de sentido que este tipo de obras sean apartadas de sus espectadores bajo el argumento de conservarlos, pues un mural que no es público es uno mermado tanto en fuerza como en importancia.
A 100 años del movimiento muralista no se tiene registro exacto de cuántas de estas obras han sido borradas, destruidas o permanecen a resguardo, algo que, a Barquera, más que desaliento, le supone un reto. “Definitivamente cada mural perdido exige más trabajo de parte de nosotros como historiadores, pero también cada mural que se pierde tiene una historia que espera a ser contada, y yo la quiero escuchar”.