Por Alberto Woolrich
Coneme / Siendo estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el año de 1965, tuve el singular privilegio de tratar a uno de los penalistas más brillantes que he conocido: a Ricardo Franco Guzmán, que era, ni más ni menos –en aquél entonces—el mejor defensor que ha existido en México.
—¡Togado íntegro, que después de decenas de años de ejercer puntualmente la abogacía jamás ha dejado de creer en la justicia! –.
Me fue presentado formalmente por el inolvidable y querido maestro Don Fernando Castellanos Tena. Don Ricardo nos enseñaba, en aquellas añoradas aulas universitarias el arte de la defensa y el combate a la injusticia, que el manejaba con el talento y donaire que le era característico.
De ahí nació una sólida admiración, la cual persiste hasta la fecha, de ahí hoy los recuerdos de sus inmortales enseñanzas y la añoranza por su singular talento como abogado siempre defensor. Gracias a esas enseñanzas, siempre plagadas de saber, aderezada por su cultura y consejos que, manirroto nos prodigaba, surgió toda una pléyade de abogados penalistas. En sus cátedras nos decía: “No permitan lo injusto, ningún abogado, que se precie de serlo debe permitir que se destierre a la justicia, la cuál es regla eterna para nuestro México”.
“Jamás un abogado penalista debe buscar el desaliento, luchen por arrancar del presidio a los inocentes, ya que para ello les confirieron el honor de defenderlos”.
Ahora, en la presente colaboración voy a sacar del cofre de los recuerdos a la falange de los grandes defensores del ayer, aquellos que tenían a su cargo pelear por la libertad de los reos inocentes. La encabezan Don Ricardo Franco Guzmán, Don Raúl F. Cárdenas, Don Andrés Iglesias, Don Felipe Gomez Mont, Don Víctor Velásquez, Don Sergio Vela Treviño, Don Xavier Olea Muñoz, Don Adolfo Aguilar y Quevedo y tantos más, togados todos ellos caballerosos en su trato, abogados completos y defensores peligrosísimos para los fiscales corruptos e ignorantes. A dichos fiscales los ponían en serios apuros con sus puntuales argumentos, los interpelaban y en verdad los ponían en serios apuros por su supina ignorancia.
Todos esos grandes defensores encabezados por Don Ricardo Franco Guzmán, eran togas de cultura tan basta, que abarcaban todas las ramas del derecho, de la historia, de la ciencia política, de la filosofía.
Fueron los mejores defensores que ha dado México. Todos ellos con sus conocimientos profundos que matizaban y soltaban en tribunales, fueron los mentores de mi generación de abogados penalistas. Todas esas togas resultan inolvidables por el gran sedimento de entrega y de enseñanza que nos legaron.
Las togas de todos ellos dejaron huella. Ahora a la generación de abogados penalistas a la que orgullosamente pertenezco, sólo nos resta decirles: “Gracias por habernos permitido gozar de sus grandes conocimientos”.
Es cuánto