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Por Milo Montiel Romo /Colaboración Especial
Coneme / Cada día todos los caminos de México, de tierra, de asfalto, concreto, calles de pueblos, ciudades, caseríos, todos, son bañados de sol al mismo tiempo, sin importar la riqueza de sus transeúntes, sin importar el precio de los autos, tractores, camiones, carretas, caballos, burros, botas, zapatos o huaraches que los recorren. Siempre, el sol pega calentando la tierra, quizá opacado por alguna lluvia o nubarrón que nunca impedirá que el astro se muestre.
Quizá esta sea la única circunstancia justa e igualitaria en México.
Vivimos en realidades profundamente desiguales, inmersos en riquezas que ofenden y pobrezas que se arrastran por todas partes, que flotan alrededor de todo, la pobreza es periférica de todo en México.
Pobreza y México son sinónimos.
Habrá quien niegue esta realidad, pero las riquezas que viven sus burbujas se fundamentan en pobrezas que la rodean, que la sostienen y sólo hay que ver un poco alrededor y se le encontrará. La miseria está siempre con una mano extendida, con la cara perdida en pensamientos que los abstraen de la realidad que los aplastan, que les quitan su historia, sus sueños y sus rostros.
En México entre 2018 y 2020, el porcentaje de la población en situación de pobreza aumentó de 41.9% a 43.9%. Esto es, que el número de personas en esta situación pasó de 51.9 a 55.7 millones de personas, de los cuales 19.5 millones son menores de 18 años.
Asimismo, el porcentaje de la población en situación de pobreza extrema se incrementó de 7.0 a 8.5 por ciento en ese mismo periodo. Es decir, el número de personas en situación de pobreza extrema aumentó de 8.7 a 10.8 millones de personas, de los cuales 3.9 millones son menores de 18 años.
Sin embargo, con estos números, México no es un país donde la pauperización de la vida sea el motor de la indignación pues hemos normalizado la pobreza y la miseria. La rodeamos, la ignoramos para voltear a otro lado, la saltamos con un salto ágil y rápido que la deja atrás. No la vemos, aunque la pobreza sea nuestra, pues es un hecho que la mayoría vivimos en algún grado de pobreza. En México muchos creen ser clase media pero no es así. El 61% de la población se identifica como tal pero sólo el 12% lo es.
Pantallas inteligentes, celulares, sistemas de cable y otros productos que fortalecen la idea del bienestar se han colado en los lugares más empobrecidos a través de Electra y Cóppel reproduciendo la ilusión mientras endeudan a miles que aspiran a entrar al mundo que la televisión y las nuevas tecnologías de la información promenten.
Normalizamos la pobreza y la dejamos bajo la alfombra y no hablamos de ella, aunque nos inunde. Películas, series de televisión, noticieros, programas de revista, comerciales, deportes, y casi cualquier revista, periódico publicitan un mundo bello, donde la riqueza y la belleza construida por la élite son la normalidad.
La pobreza es romantizada como el lugar de la felicidad, la verdad, la comicidad y la sinceridad de Nosotros los Pobres; Amar te duele; Nosotros los Nobles; Chilangolandia, Mirreyes VS Godines; un mundo de trabajo y honor, pero donde nadie de los espectadores quiere vivir (aunque se viva ahí), lugares que son entrañables porque se ven desde la lejanía de la pantalla, aunque la ventana o la puerta aseguren que se está en este mundo.
Vivimos mundos de realidad alterna desde la pantalla, diseñados desde los penthouses que ignoran el mundo de la mayoría. La riqueza y el bienestar que cubre a la realidad de México reduce la frustración y el golpe de una realidad profundamente desigual, donde el futbol, la política, Netflix, iphone, la muerte de Vicente Fernández, el covid de Silvia Pinal son mediáticamente más rentables.
¿Cómo enfrentarnos a la realidad de si de manera psicótica la negamos para vivir en otra más cómoda?
Pobreza, violencia, ignorancia son parte del círculo del que no escaparemos mientras sigamos pensando que eso que vemos, respiramos y sentimos no existe y nos lancemos a vivir la realidad que el mercado nos impone.