Por Tania Arizmendi
Coneme / JEFA DE GOBIERNO, CLAUDIA SHEINBAUM PARDO (CSP): Muchas gracias. Muy buenos días a todos y a todas; habitantes, vecinos, principalmente de la Alcaldía Miguel Hidalgo y de este espacio que, durante muchos años –como bien dijo José Alfonso– estuvo luchando por el cambio de nombre de esta plaza. Quiero saludar, por supuesto a la doctora Beatriz Gutiérrez Müller, Presidenta Honoraria del Consejo de Coordinación de Memoria Histórica, pero más allá de ello, una gran historiadora, literata y una gran amiga; Beatriz, gracias por estar con nosotros.
Martí, nuestro secretario de Gobierno; Abraham Borden, que hoy está en la Alcaldía Miguel Hidalgo; a Diego Prieto, del INAH; a Rosaura, nuestra secretaria de Educación; a Claudia Saucedo González, directora de la Casa de México en Francia; muchas gracias por su presencia. Haciendo un poco, también, de rememoranza –que es difícil frente a lo que escuchamos que leyó la doctora Beatriz– quisiera yo recordar un poco lo que dice la historia, frente a lo que fue ese momento, el 30 de junio de 1520, donde Hernán Cortés –supuestamente–, justamente en este lugar se sienta a llorar debajo del ahuehuete; y, después, la historia –la historia de los vencedores– cuenta que esta es la “Noche Triste”.
Pero ¿cómo fue que se llegó a ese momento?, y ¿por qué la reivindicación de la Noche Victoriosa?
Y, también importante decirlo, durante mucho tiempo se nos hizo ver –o, por lo menos, fue la historia que yo aprendí en la escuela– que la Conquista de México había sido casi romántica, y que había habido sencillamente un “encuentro de dos mundos” –como después se le llamó–; y, en realidad no fue así la historia. Entonces, quiero leer algo que ocurrió mes y medio antes de esa Noche Victoriosa. Hernán Cortés sale de México-Tenochtitlan a combatir a Pánfilo de Narváez; dejó a su cargo –eso es lo que cuenta la historia– a Pedro de Alvarado, con una guarnición de algunos españoles –se dice “cientos de españoles”, algunos hablan de 150, solamente–, y algunos otros tlaxcaltecas, también, para cuidar a Moctezuma.
Pero quiero poner el énfasis en Pedro de Alvarado. Alvarado, con suspicacia y recelo veía a los mexicas inquietos –dice la historia– por la proximidad de una de las fiestas más importantes de los Mexicas, la “Fiesta de Toxcatl”, una ceremonia sumamente importante que ocurriría el 20 de mayo. Ese 20 de mayo de 1520 los Mexicas inician la ceremonia de su fiesta, o el renacimiento de Tezcatlipoca, en el Templo Mayor de la Gran Tenochtitlan. Unos 400 señores –cuenta la historia– desarmados todos, aislados de las manos, bailan, poco más de 3 mil los observan sentados –hombres, mujeres, niños–.
Con la mitad de sus hombres –la otra mitad deja cuidando a Moctezuma que sigue preso–, se dirige al Teocalli, Pedro de Alvarado, mientras los Mexicas siguen bailando y cantando. De pronto los españoles se lanzan sobre ellos, nadie escapa de sus filos mortales; los que tratan de huir por las puertas, son muertos por las picas de los españoles; los que escalan la cerca, por los ballesteros y las flechas de los españoles. Todos asediados, el patio se inunda de sangre. Luego, Alvarado, quita sus joyas a los cadáveres de los danzantes, tarea que irrumpe porque ha sido dada la voz de alarma en la ciudad y los españoles tienen que responder a la indignación popular, deben fortalecerse y disparar sus arcabuces y piezas de artillería. Esa es la matanza del Templo Mayor.
Dice el Códice Florentino: “(…) cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos va a caer su cabeza cercenada. Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza (…) Y había algunos que aún en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos (…) –eso dice el Códice Florentino, escrito por los propios españoles–.
“(…) Aparentando ser muertos, se salvaron. Pero si entonces alguno se ponía en pie, lo veían y lo acuchillaban (…). Y los españoles andaban por doquiera (…) por todas partes rebuscando (…)”. Tiempo después, regresa Cortés a México-Tenochtitlan, pero evidentemente, los Mexicas indignados emprenden una gran lucha contra los españoles. No se conoce muy bien cómo fue la muerte de Moctezuma, pero lo que es cierto es que comienza una lucha de los antiguos pobladores en contra de los invasores, totalmente indignados por esta terrible masacre.
Si uno busca en el internet “la Noche Triste” dice: “La Noche Triste es el nombre de la derrota sufrida por los soldados españoles de Hernán Cortés y sus aliados, indígenas Tlaxcaltecas, a manos del ejército mexica la noche del 30 de junio, el 1 de julio de 1520, último día del mes de Tecuilhuitontli –¿es así, Diego? –, en las afueras de Tenochtitlan, hoy Ciudad de México”. Cambiamos el nombre de la “Noche Triste” porque, como bien decía Beatriz, para nosotros es fundamental reivindicar también a aquellos que murieron en la Masacre del Templo Mayor; reivindicar a los originarios de estas tierras.
¿Por qué cambiar el nombre de la plaza?, ¿por qué colocar mosaicos en los muros de la ciudad? Lo hacemos porque partimos de la convicción de que una sociedad necesita saber de dónde viene para saber a dónde va; ¿cómo podríamos resolver algunos de los grandes problemas actuales si no sabemos dónde comenzaron? Cuando hablamos de la “Noche Triste”, pensamos en Cortés y los españoles que invadieron estas tierras; cuando decimos “Noche Victoriosa”, reivindicamos a hombres y mujeres que fueron acribillados en la Masacre del Templo Mayor, pero también reivindicamos a los antiguos pobladores.
Recuperar las voces de los indígenas, de los originarios de nuestras tierras, es fundamental porque la historia comúnmente solo se escribe desde una visión, y porque también es justo y necesario que traigamos al debate público las voces de las mujeres, de los pueblos indígenas, de los afrodescendientes. Buscamos esclarecer los hechos violentos del pasado para dignificar también la voz de víctimas; saber qué pasó, quién fue responsable, darle su lugar al presente de quienes padecieron esa violencia, pero no solo eso, sino también de la historia de nuestras tierras.
Desde nuestra visión, es indispensable una política de memoria sobre la invasión de 1521, pues en ese momento histórico se originó uno de los fenómenos que aún lástima nuestra sociedad: el racismo. Hay que recordar que los sistemas coloniales establecidos a partir del siglo XVI establecieron una jerarquía social con base en el origen étnico de las personas; es decir, a partir de los regímenes coloniales impuestos por Europa en el siglo XVI, se difundió la idea de que una persona debe tener privilegios –o no– de acuerdo a su origen étnico, o la mal llamada “raza”.
Así se estableció un mercado mundial de humanos esclavos; y, en el caso de los pueblos originarios de lo que ahora llamamos “América”, se impuso la idea de la cultura, la lengua, el arte, el conocimiento e, incluso, hasta la apariencia. Por eso, reivindicamos estos 500 años como los “500 Años de Resistencia”.
Reconozcamos que, a pesar de tener 200 años de Independencia, los valores del colonialismo racista aún permanecen en nuestra sociedad; es por ello que es tan necesaria la memoria histórica y su recuperación, la herida colonial de nuestra sociedad solo podrá sanar si conocemos la verdad y, sobre todo, si nos comprometemos a que no se repitan los errores del pasado.
El rescate de la memoria histórica –y aquí tenemos a su Presidenta Honoraria– es fundamental en esta Cuarta Transformación de la República. Discutamos si Colón descubrió América, o si había pueblos originarios en estas tierras; hablemos de la Caída de Tenochtitlan, o hablemos también de los 500 años de Resistencia; hablemos, no de la “Noche Triste”, sino hablemos de la “Noche Victoriosa”. Muchas gracias.
JEFE DE OFICINA DE LA JEFATURA DE GOBIERNO, JOSÉ ALFONSO SUÁREZ DEL REAL Y AGUILERA (JASRA): Cualli tonalli, muy buenos días a todas y a todos ustedes.
Jefa de Gobierno; Presidenta Honoraria del Consejo de Memoria y Cultura; distinguido antropólogo, Diego Prieto, director general del INAH; compañera, secretaria de Educación, Ciencia y Tecnología, Rosaura; compañero secretario de Gobierno, Martí Batres; distinguida Claudia, directora de la Casa de México en París, qué honor tenerte por aquí en vacaciones; señor alcalde, muchísimo gusto.
Pero, ante todo, ustedes, vecinas y vecinos, yo quisiera dedicar esta breve pieza que he preparado para el día de hoy, como un homenaje a don Alejandro Arias y a sus vecinos que, al menos hace una década, vienen reivindicando este espacio como el Espacio de la Victoria; y, eso es prueba de que las acciones vecinales tardan, pero llegan a buen fin, a mí me consta de esa lucha de más de una década con ustedes, al respecto. Los Informantes de Sahagún dicen: “Venid a perseguirlos. Con barcas defendidas con escudos… con todo el cuerpo en el camino”. Ese es el grito que se escucha desde el Huey Teocalli, desde el Gran Teocalli, cuando se percatan de que empiezan a huir los castellanos, los españoles.
La visión del vencedor impuso por centurias la imagen mítica de un Hernán Cortés como émulo del buen Ruy Díaz de Vivar –el histórico Cid–, a quien los castellanos profesaran una intensa devoción, como paradigma de principios y lealtades épicos que, sin género de dudas, permearon en la educación salmantina del conquistador extremeño. De ahí, la afición por novelar y provocar leyendas en torno a diversos momentos épicos de la Guerra de Conquista, resaltando por su difusión la famosa “Noche Triste” ubicada en el tiempo, el día 29 de junio de 1520 –es decir, hace 501 años– y, en el espacio, en el pueblo de Popotla –en la actual Alcaldía de Miguel Hidalgo–, en la que el ahuehuete –supuestamente utilizado por Cortés para derramar sus lágrimas– es devotamente protegido por quienes defienden a capa y espada un episodio legendario, que no histórico.
Las lágrimas de Cortés son reconocidas por Bernal Díaz en el capítulo centésimo décimo octavo de su “Historia verdadera”; sin referir que hubiese ocurrido bajo árbol alguno ni que esa aciaga derrota fuera asumida por ellos como “Noche triste”. Fernando Alva Ixtlilxóchitl, eminente historiador educado en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, ubica el hecho en el capítulo octogésimo noveno de su “Historia Chichimeca”, pero afirma que las lágrimas de Cortés rodaron en el Cerro de Totoltepec donde se apareció nuestra Señora de los Remedios.
A pesar de que debe de ser natural que la depresión y ceguera presa del conquistador y de los sobrevivientes a la férrea persecución protagonizada por mexicanos y tlatelolcas, la historia oficial le ha negado sistemáticamente su reconocimiento al Señor de Iztapalapa, a Cuitlahuatzin, hermano de Moctecuhzoma y que, tras la imposibilidad de que el preso Cacama asumiera la conducción de los naturales, el Consejo Mexica determinó honrar con ese rango a Cuitláhuac, quien prácticamente –desde la muerte de su hermano– asumiría el asedio a los aposentos de los españoles y no cejó ni un momento en perseguirles e impulsar su cerco ante la huida.
En su segunda Carta de Relación, el mismo Cortés reconoce que mexicanos y tlatelolcas –cito textualmente–: “quedaron aquella noche con la victoria y ganadas las dichas cuatro puentes”; es decir, que el conquistador, en su Carta de Relación, reconoce que fue vencido, que la victoria les pertenece a los Mexicas y Tlatelolcas; es decir, al pueblo originario. Pese a estar enterado de que dicho ejército era comandado por el Señor de Iztapalapa –a quien, por cierto, Cortés bien conocía–, le niega protagonismo en los párrafos en los que novela su vergonzosa retirada; no así Bernal Díaz, quien sí relata algunas hazañas de Cuitláhuac como jefe, tras el asesinato de Cacama por los españoles.
Pocos historiadores recuerdan que Cuitlahuatzin respondió con enjundia al llamado emitido desde el Teocalli, aquel que les aprestaba a perseguir al enemigo con barcas defendidas por escudos, y a entregar el cuerpo en el camino, tal y como lo relataron los informantes a Bernardino de Sahagún. Lo que nuestro vecino, Alejandro Arias y sus vecinos comenzaron hace más de una década, lo que algunas personas en el siglo XIX se atrevieron a poner en tela de juicio; hoy, en honor a la verdad y en honor a la verdadera historia, se reconoce que esta es la Plaza de la Noche Victoriosa del Pueblo Azteca. Gracias.
PRESIDENTA HONORARIA DEL CONSEJO DE LA COORDINACIÓN DE MEMORIA HISTÓRICA Y CULTURAL DE MEXICO, BEATRIZ GUTIÉRREZ MÜLLER (BGM): Muy buenos días a todos; muy buenos días a los funcionarios federales y locales de los poderes de la Ciudad de México; a nuestra Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, respetuosamente; y, a los asistentes y a quienes ven esta transmisión. La “Noche Triste”, es el nombre que dio el conquistador, a la que en verdad fue una jornada de victoria para los antiguos mexicanos. Quienes revisan la historia, saben que lo más común es que la cuenten los vencedores; los ojos de la victoria son gloriosos y cuando queda por escrito o se transmite de boca en boca, se escribe la leyenda.
La leyenda de la “Noche Triste”, que ahora se llama “Noche Victoriosa”, contada por los pocos españoles que escribieron sobre ella, si es leída exactamente al revés de cómo fue narrada, es el día en que –pese al coraje de conquistador–, su potencia bélica, su organización militar y su supuesta pericia–, los mexicanos defendieron con el mayor honor la toma de la Ciudad de Tenochtitlan.
Cientos y miles de hombres y mujeres resguardaron sus templos, los que están en el primer cuadro de la ciudad, y en canoas y a pie circunnavegaron los ríos que navegaban el núcleo de la ciudad, disparando sus flechas y gritando como guerreros, retumbando los tambores y los caracoles. Estos gritos y sonidos combativos y ensordecedores, fueron –desde la llegada de Hernán Cortés, en 1519–, a lo largo de todo su recorrido para llegar al centro de la civilización Azteca, una estrategia militar poco conocida, pero muy efectiva.
Si tratásemos de irnos a 1520, e imaginásemos el poder de los alaridos –no de tristeza, no de rabia, sino de espantar–, dirigidos a expulsar al invasor, quizá comprenderíamos cómo Bernal Díaz del Castillo, cuando se retiró a Antigua Guatemala –y ahí escribió su monumental crónica, “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España”–, seguía escuchándolos, ya casi ciego, cerca de la muerte. Plasmó, que aun décadas después de estos hechos, cuando su memoria lo llevaba a aquella batalla, lo azotaban la angustia y el miedo y le costaba conciliar el sueño; esa jornada, la del orgullo y pundonor mexicano, fue la última gran defensa de la ciudad con saldo a favor.
Cuauhtémoc, el último de los Tlatoanis –mal llamados “reyes”, porque prevaleció la interpretación hispana de esta historia– fue quien plantó la cara a Cortés y su ejército; para entonces, Moctezuma había muerto en días pasados y Cuitláhuac, su predecesor, vacilaba. Cuauhtémoc, sobrino de este último, se dedicó a inyectar en su tropa fuerza, gritos y el retumbar militar, y a diluir la vieja predicción de que su destino habría de estar en manos de hombres blancos que viniesen de Oriente. “De ninguna manera”, parece que dijo, y parece porque organizó a sus soldados –hombres y mujeres– dejando en claro que la supuesta leyenda de Quetzalcóatl –que propagó Cortés y que Moctezuma aceptaba resignado, por lo que fue vencido– era falsa.
Había que entregar todo, echar al conquistador, vencerlo de cualquier manera; no podía perdonarse la cobarde matanza registrada días antes durante la fiesta del Toxcatl en el Templo Mayor –donde murieron sacerdotes y líderes Mexicas– ni el asesinato de Moctezuma, ordenado por Pedro de Alvarado. De nada sirvieron sus caballos, escopetas y ballestas, porque el cerco dispuesto por Cuauhtémoc había impedido que ingresarán al islote los más poderosos instrumentos de guerra que los invasores tenían, así que la batalla se dio en el agua y en la tierra, cuerpo a cuerpo.
Aquella noche lluviosa calendarizada en el 30 de junio de 1520, Cuauhtémoc organizó el sitio a los conquistadores, fue tal la embestida que las fuerzas de Cortés tuvieron que abandonar la Plaza; en el agua, agonizaban miles de españoles, Tlaxcaltecas y Mexicas. Esa noche fue triste, desde entonces, por los españoles, pues Cortés –se dice– llegó hasta Tacuba y lloró a los pies de un ahuehuete; pero fue victoriosa para los mexicanos –ya lo he dicho– y este hecho histórico es el que se resarce ahora con el nombramiento de este lugar y el reconocimiento a la Defensa de los Héroes de 1520.
Nunca será ocioso recordar los hechos históricos por más lejanos que parezcan; sin embargo, estos hechos siempre tienen, cuando menos, dos caras. Amin Maalouf nos lo recuerda con su gran obra “Las cruzadas vistas por los árabes”; el premiado escritor libanés pone el acento en lo mismo: cómo los vencidos musulmanes contaron su propia historia de esas guerras organizadas por el mundo europeo-cristiano para conquistar Tierra Santa y, cómo a su paso, en nombre de Dios, destruían y asesinaban
De hecho, fueron los árabes en así llamar a los cruzados: asesinos. La palabra viene del árabe ḥaššāšīn; primero, fue usada para denominar a los nizaríes que consumían hachís y, alucinados, se enfrentaban a los ejércitos cristianos o cumplían órdenes. Pero, cuando vieron a los fanáticos cristianos que pasaban por su territorio haciendo tropelías y crímenes, el apelativo se los aplicaron a los cruzados.
Con este ejemplo minúsculo, reitero la importancia de revisar, razonar, reinterpretar los hechos históricos, por más remotos que parezcan; y, en absoluto, quedarse con la versión única, oficial y colonialista dada en el pasado a tales hechos. Ahora que nos aproximamos a conmemorar la caída de la Ciudad de México, en 1521, tampoco es ocioso sugerir: descolonicemos la historia. En la medida de lo posible, es un imperativo ético ver un acontecimiento a la luz de los tiempos en que ocurrieron y no conformarse con una sola narrativa o mirada.
La llamada “Noche Triste” –ya lo vemos–, fue en verdad una Noche Victoriosa. Para descolonizar la historia es imprescindible despojarnos de viejas versiones, estudiar más y llamar a las cosas por su nombre. A una colonización procedió una invasión, una cruel conquista; en este revisar los hechos del pasado que, en este caso, definieron no solo el curso de una ciudad sino de un continente, hay que dejar de contar la versión oficial y la versión del conquistador, por ejemplo, el canibalismo, las calamidades que tenían los cuerpos, sus deformidades y ser una raza inferior.
En 1520 y 1521 los mexicanos pelearon como los más fuertes combatientes y, como en toda guerra, a pesar de victorias, el laurel se lo llevaron fuera del continente. Invito a todos a descolonizar la historia, volverla a contar, reinterpretarla, comprender cómo ocurrieron los hechos y no dejar estos, ya narrados, ya estipulados, ya congelados, como si nada más pudiese agregarse. Con este sencillo cambio de nombre se hace, pues, un acto de justicia con los antiguos pobladores de nuestra ciudad que dieron la vida por su defensa.
Reconocemos a nuestros héroes, en su anónima inmensidad; y esto, en cualquier historia nacional, es indispensable para la identidad colectiva. México fue, es y seguirá siendo grande, la historia la contamos nosotros a través de las voces del pasado. Bienvenidas las miradas colonizadoras; pero es aquí, donde todo ocurrió, y nadie mejor que los antiguos y sus descendientes para contar lo que en verdad pasó y lo que significó la invasión colonial y sigue significando. El que tenga ojos para ver, que vea; el que tenga oídos para oír, que oiga. México fue es y seguirá siendo grande, los accidentes históricos cambiaron el rumbo, pero no diluyeron ni diluirán esta magnificencia. Gracias.