Por Miguel Angel Cristiani Gonzalez
Un querido amigo y compañero periodista, me obsequió hace unos días un libro, que es la biografía de uno de los hombres más poderosos de su tiempo, de un poder absoluto, de vida y muerte, pero que como todos los humanos, también tenía graves problemas sicológicos, que obviamente se reflejaban en sus decisiones y mandatos desde el poder.
A casi dos mil años de distancia, sigue teniendo vigencia la frase de la sabiduría popular que dice que “los pueblos que no aprenden de sus errores, están condenados a repetirlos”.
En la introducción del libro se dedica un capítulo a analizar el resentimiento, que hasta nuestros días, sigue teniendo vigencia, por lo que “cualquier semejanza con la actualidad, no es mera coincidencia”.
“El origen de esta pasión suele localizarse en las almas predispuestas en el momento de la adolescencia; porque es entonces cuando el sentido de la competencia y el sentimiento de la pretensión, fuente del resentimiento, se inician, ya en las escuelas y colegios, ya en los primeros pasos por la vida libre, que tienen un claro acento de trascendencia social.
El resentimiento del alma preterida, a partir de este momento, sustituye a la envidia, sentimiento más elemental, propio del niño mientras vive sus primeros años en el hogar. Los que viven al lado de los jóvenes no suelen darse idea del valor de muchas cosas, que para el mundo adulto son triviales, y en aquéllos pueden convertirse en módulos de la conducta futura.
El premio que se cree merecido y que injustamente no se otorgó, u otras de éstas que creemos niñerías, es muchas veces la raíz de la pasión venidera; o bien la simple preferencia afectiva, que se interpreta injustificada, de los padres o de los superiores. En cambio, es raro que el castigo, por injusto que sea, origine el resentimiento. Un castigo injusto suscita la humillación, el odio fugaz o la venganza, pero casi nunca el resentimiento, como no sea muy repetido y desde, entonces, una pasión personal cargada de injusticia específica.
Al lado de los motivos de trascendencia social juegan un papel importante, en la creación del resentimiento, los de orden sexual; sobre todo en el varón; y es precisamente por la profunda repercusión social que en el hombre tiene este instinto. El fracaso sexual, en cualquiera de sus formas, tiene un sentido depresivo tan grande, que hace precisa su ocultación inmediata; y se convierte con facilidad en resentimiento. He aquí por qué podemos afirmar que un grupo grande de varones resentidos son débiles sexuales: tímidos, maridos sin fortuna conyugal o gente afecta de tendencias anormales y reprimidas. En todo resentido hay que buscar al fracasado o al anormal de su instinto. Sin olvidar que hay también —yo sé que los hay- ciertos de estos fracasados y anormales del amor, llenos de generosidad heroica y, por lo tanto, inaccesibles al resentimiento.
Con ello se liga otro aspecto importante del problema: la relación del resentimiento con la estética. Muchos resentidos lo son a favor de la situación de inferioridad, social o sexual, o ambas a la vez, creada por una imperfección física, sobre todo las enfermedades difíciles de disimular, las que ofenden a los sentidos; y aquellos defectos que la impiedad de las gentes suele considerar con burla, como las gibas y las cojeras. En cambio, es muy común que la pura fealdad, aun siendo muy graduada, no origine el resentimiento; incluso en la mujer. Sin duda, porque, no siendo repulsiva, la fealdad se compensa instintiva y gradualmente con el ejercicio de la simpatía, que el feo tiene que realizar desde su infancia para no desmerecer del que no lo es. Por la razón inversa, el que posee la hermosura física suele ser con tanta capacidad para el perdón. El perdón, que es virtud y no pasión, puede ser impuesto por un imperativo moral a un alma no generosa. El que es generoso no suele tener necesidad de perdonar, porque está siempre dispuesto a comprenderlo todo; y es, por lo tanto, inaccesible a la ofensa que supone el perdón. La última raíz de la generosidad es, pues, la comprensión. Ahora bien, sólo es capaz de comprenderlo todo, el que es capaz de amarlo todo.
El resentido es, en suma, allá en el plano de las causas hondas, un ser mal dotado para el amor; y, por lo tanto, un ser de mediocre calidad moral.
Digo precisamente «mediocre», porque la cantidad de maldad necesaria para que incube bien el resentimiento no es nunca excesiva. El hombre rigurosamente malo es sólo un malhechor; y sus posibles resentimientos se pierden en la penumbra de sus fechorías.
El resentido no es necesariamente malo. Puede, incluso, ser bueno, si le es favorable la vida. Sólo ante la contrariedad y la injusticia se hace resentido; es decir, ante los trances en que se purifica el hombre de calidad moral superior.”
Mañana les revelaremos el nombre del Resentido.
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